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«El hogar del cuerpo en los niños»

Pilar Aguilera, Fundadora de la iniciativa Escuelas Despiertas

El cuerpo es nuestro más fiel compañero de vida. Estamos unidos a él todo el tiempo, y a través suyo tomamos consciencia de las sensaciones que nos conectan con nuestra propia existencia. Vivir en nuestro cuerpo es algo maravilloso. Nuestro cuerpo es nuestro verdadero hogar, nos dice el maestro Thich Nhat Hanh. De ahí que sea preciso entrenar el arte de vivir en él, escuchar sus sabios mensajes, conectar con sus necesidades, y hacer que nuestro cuerpo se sienta en paz para convertirse en un hogar saludable a través del cual experimentar la vida. Cuando hemos creado un hogar saludable en nuestro interior, éste puede expandirse más y más hasta contener el universo entero… 

El hogar del cuerpo
A través del cuerpo los niños pueden conectar con sus propias sensaciones y despertar su plena consciencia y belleza interior. El cuerpo es un sabio catalizador de emociones y cuando los niños, desde pequeños, viven más conectados con el amplio abanico de sensaciones en su cuerpo, crecen con más habilidad para reconocer y gestionar sus emociones, dejarse sentir a través de sus intuiciones más profundas, y tomar decisiones más sentidas y maduras de acuerdo a su edad.
Cuando los niños aprenden a conectar con la sabiduría que brota a través de su cuerpo, son capaces de aprender con más habilidad y creatividad. Sin embargo, a veces el cuerpo se convierte en un mero receptáculo que es usado para satisfacer nuestros deseos más imperantes de vida sin pararnos a reposar, descansar, reconocer sus necesidades, y nutrirlo de una manera saludable para nuestro bienestar. Vivimos alejados de nuestro cuerpo. El maestro zen Thich Nhat Hanh nos enseña que la mayoría de veces nuestra mente va por un lado y nuestro cuerpo va por otro. Hemos de hacer una práctica para volver la mente al cuerpo, a nuestro propio hogar, y despertar a un sentido de unidad en nuestro interior. La vida ajetreada que llevamos convierte al cuerpo en un mero servidor y esclavo de la mente. 
La educación también parece estar más centrada en servir a la mente y al conocimiento racional en detrimento del cuerpo. Es verdad que la educación física siempre ha tenido una cabida en el currículum educativo. Pero raramente esta educación física ha estado dedicada a despertar la naturaleza del cuerpo como modo de aprendizaje de manera transversal para vivir con más comprensión, autoestima y bienestar. A través de un entrenamiento en mindfulness el alumnado puede abrirse a las sensaciones en su cuerpo y sentir más sintonía, felicidad y armonía. El hogar del cuerpo es nuestro espacio más íntimo para habitar nuestra presencia y amor verdadero.

Un hogar seguro y saludable

El niño está muy conectado a las sensaciones en su cuerpo desde incluso antes del nacimiento en el vientre de la madre. Si su madre sufre, el dolor de la madre es transmitido al feto, y el niño puede crecer impregnado de este sufrimiento en su cuerpo físico y mental. El primer hogar del niño se asienta en el vientre de la madre. Madre y feto son uno y todo lo que afecta a la madre, puede perturbar también al feto y afectarle de tal manera que repercuta a lo largo de toda su vida adulta. 
Cuando el bebé nace está conectado a sus sensaciones más inmediatas.    El bebé, a través del cuerpo, expresa sus deseos y necesidades básicas de nutrición y afecto. 
Más adelante, a lo largo de la infancia, el niño vive muy conectado a la espontaneidad del cuerpo. El cuerpo es una fuente expresiva de creatividad y conocimiento, de manera natural. Los niños desarrollan una alegre y brillante espontaneidad. A través del juego expresan su armonía interior y el hogar en su cuerpo es abierto, diáfano y claro. Sin embargo, en el proceso de socialización y a medida que los niños van desarrollando su capacidad cognitiva, la conexión espontánea y profunda con el cuerpo se va perdiendo para ser reemplazada por la conexión con el conocimiento de la mente. El cuerpo queda rezagado y, en segundo lugar, desplazado a las sensaciones intensas y como mero vehículo al servicio de la mente y de los deseos inmediatos. 
Una vez el niño se ha convertido en adolescente, esta conexión próxima con las sensaciones en su cuerpo ha quedado usurpada para la energía de la mente. En la adolescencia los niños comienzan a tomar importantes decisiones de vida en relación a su bienestar, relaciones sociales y carrera. Cuando en la adolescencia se ha entrenado la plena consciencia, construyendo un puente sólido entre mente y cuerpo, es más fácil tomar decisiones propias basadas en sus sentimientos bien fundamentados, y no en decisiones manipuladas o tergiversadas por elementos de orden externo como los medios de comunicación u otros elementos que influyen y ocupan una gran relevancia a esa edad. También, están más preparados para canalizar mejor y más constructivamente los cambios psicológicos de la pubertad. Asimismo, desarrollan una mayor atención plena y concentración, lo que es clave para el aprendizaje efectivo y la mejora del rendimiento académico. Si nuestro hogar está patas arriba, será más complicado crear espacio interior para sentirse bien y aprender mejor. 
La plena consciencia puede entrenarse a cualquier edad. En cualquier etapa del desarrollo, si el entrenamiento es adecuado y recurrente, habrá beneficios muy óptimos tanto en niños como en adolescentes, y también en el profesorado. Si los docentes han integrado en su quehacer educativo la presencia plena, y si desde la tierna infancia los niños crecen en un clima emocionalmente consciente en que se favorece la aplicación de metodologías y programas basados en mindfulness, estos tendrán más habilidad para estar presentes para su cuerpo como fuente de bienestar, plenitud y aprendizaje.

Volviendo a casa
Nuestro hogar a veces lo visualizamos como un espacio cálido y agradable, donde nos sentimos seguros y protegidos. En este lugar quizás hay un fuego encendido que nos nutre el cuerpo y también el corazón. En nuestro hogar nadie puede molestarnos. Ahí podemos ser nosotros mismos, nuestra propia naturaleza profunda. Nuestro propio hogar comienza en el cuerpo. Es nuestra casa más próxima que siempre nos acompaña a lo largo del viaje de la vida. Muchas veces vivimos a la intemperie, huérfanos de nosotros mismos, dejándonos arrastrar por las inclemencias del tiempo, sin un lugar seguro en que cobijarnos y encontrar reposo y calidez. 
Hemos de guiar a los niños, desde su tierna infancia, a habitar el hogar de ellos mismos, a reconocer que su hogar es un espacio hermoso, aunque a veces haga viento o esté lloviendo. Cuando los niños habitan el hogar de su cuerpo y aprenden a reconocerlo como un espacio sagrado, gradualmente van abriéndose a sus sensaciones más profundas, y las emociones difíciles son más sencillas de gestionar. Habitar el cuerpo favorece en los niños la salud física, emocional y mental.
Hemos de desarrollar prácticas educativas que apoyen la armonía con el cuerpo desde un enfoque pedagógico secuenciado adaptado a la comprensión y madurez del alumnado.

 

 

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