Mar Asunción Higueras
Llegué a Plum Village el verano de 2011 acompañando a mi pareja. Yo no conocía las enseñanzas de Thich Nhat Hanh, o Thay como se le conoce abreviada y cariñosamente entre la comunidad de monásticos y laicos que le acompañan. Tampoco había leído sus libros, solo iba abierta a la experiencia que la vida me ponía delante. Lo primero que llamó mi atención fue la sonrisa y mirada amorosa de los monjes y monjas con los que me cruzaba, así como el contraste entre su ritmo sosegado y la aceleración que todavía traíamos de la ciudad los que acabábamos de llegar. Al día siguiente ya tuve ocasión de ver al maestro, allí sentado rodeado de preciosas flores, y con un par de filas de niños delante atentos sin apenas moverse a lo que Thay estaba comunicando en una lenga que para muchos de ellos era extraña. Entonces empecé a entender de manera práctica que la comunicación es mucho más que el contenido de las palabras, y que la energía de amor y serenidad que los niños estaban recibiendo con las palabras del maestro eran como un bálsamo, no solo para los niños sino para las miles de personas que estábamos congregadas en la gran sala de meditación.
Después cantaron Avalokitesvara, y la armonía de las voces de los monjes y monjas contribuyó a abrir nuestros corazones para que las enseñanzas del maestro llegaran no solo al intelecto, sino que, como una fina lluvia, fueran calando poco a poco hasta el interior. En el tiempo que pasé en Pum Village me sorprendió la sencillez de los mensajes que contenían las enseñanzas que nos compartía, y comprendí que lo esencial no es rebuscado ni complicado, sino que es nuestra verdadera naturaleza, que con frecuencia no percibimos porque está oculta detrás de numerosas capas que hemos ido tejiendo a lo largo de la vida. Esa “lluvia fina” que recibimos de sus charlas y de sus libros, nos ayudan a ir ablandando las capas para que podamos atisbar esa esencia que siempre ha estado allí.
De todas las enseñanzas de Thay, las que más relevancia han tenido para mi han sido las referentes al cuidado de la Tierra, y las he incorporado a mi trabajo en la organización ecologista donde llevo más de 30 años desarrollando mi actividad. Su libro “Un Canto de Amor a la Tierra”, las “5 contemplaciones” que se leen antes de las comidas, así como sus enseñanzas entorno a interdependencia e impermanencia, son un tratado de ecología. Además, la escucha atenta y la palabra amorosa, fueron pistas muy valiosas para introducir en mi trabajo con los políticos, empresarios, y personas con las que me relaciono. Aprender que nuestras acciones son consecuencia de las condiciones que se manifiestan en un momento dado, me ayudó a cambiar de un enfoque más confrontativo a otro más comprensivo y compasivo, y a centrarme en intentar cambiar las condiciones que nos están llevando a esta deriva de deterioro de la naturaleza, a través de comunicar desde el corazón para que resuene también en el corazón de los que, de manera más directa, están perpetrando los impactos. Tener una mirada apreciativa hacia las personas, independientemente del rol que estén desarrollando, facilita poder implicarles en la solución.
Otra enseñanza valiosa que he recibido del maestro, y de toda la comunidad monástica, es lo referente al tiempo y al ritmo. En mis estudios de biología y geología aprendí la teoría de la evolución, de que es un proceso dinámico, y que la situación actual es fruto de la cadena de trasformaciones sucedidas a lo largo del tiempo. En la actualidad nos comportamos como si hubiésemos olvidado esto, centrándonos solo en la aceleración de los cambios vividos en el último siglo, y nuestro comportamiento responde a esa aceleración, en la que nos hemos olvidado de parar y respirar conscientemente, y poner atención en el paso que estamos dando. La meditación caminando, donde pisamos la Tierra con conciencia del paso que estamos dando, me recordó el concepto de “Huella ecológica”, es decir el indicador que trata de medir el impacto que nuestro modo de vida tiene sobre el planeta. Los datos revelan que, para satisfacer nuestras necesidades actuales, la humanidad está consumiendo una cantidad de recursos naturales equivalente a 1,6 planetas, es decir estamos consumiendo y vertiendo a la Tierra más de lo que el planeta puede regenerar. La “huella ecológica” nos informa del impacto negativo que estamos teniendo y de su insostenibidad. La “pisada atenta”, sin embargo, es un indicador de conciencia, y nos muestra nuestro grado de conexión con nosotros mismos y con el entorno. También nos hace disminuir el ritmo, y de esta forma dejar espacio para el silencio, donde reside la creatividad y la sabiduría colectiva. Haciendo el paralelismo con el termino de huella ecológica, introduje en mi vocabulario el de “huella de conciencia”, que es uno de los grandes legados que nos ha dejado Thich Nhat Hanh.
Otro gran legado son las Sanghas, la comunidad de practicantes que vive en armonía y plena conciencia, como él mismo las define. Contar con un grupo de personas que están en el camino de vivir más plenamente, y apoyarnos mutuamente para conseguirlo, es un gran regalo. Especialmente en momentos difíciles, sentir esa acogida y aceptación incondicional, ayuda a superar situaciones y provee el espacio para abrirnos a lo que la vida nos está ofreciendo. Yo pude experimentarlo en el fallecimiento de mi pareja, cuando la sangha acudió a despedirle, y juntos le acompañamos en el tránsito con una meditación y le cantamos “Sin venir y sin partir”, y un fragmento de Avalokistevara. Sentí que ese acompañamiento ayudó a Ricardo en el proceso de ir hacia la luz, así como las lecturas de los libros de Thay, especialmente el de “La muerte es una ilusión” le fueron preparando para ese momento tan importante de la vida.
Conocer a Thay y ser parte de la Sangha me da un referente de lo valioso y necesario que es la comunidad para poder disfrutar de una vida plena y sostenible. Relativiza el foco en el individualismo, tan extendido en nuestra sociedad, y abre las puertas a poner esa individualidad al servicio de lo colectivo ofreciendo nuestros talentos. Fue así como, siguiendo la inspiración de Thay, nos unimos un grupo de personas de las Sanghas españolas para formar el equipo Madre Tierra, con la intención de ofrecer herramientas para facilitar la extensión de esta huella de conciencia ecológica a las sanghas de habla hispana. Está abierta a todas las personas que quieran unirse para seguir dando pasos juntos en la senda que nos ha mostrado nuestro maestro.
No se me ocurre mejor forma de acabar este articulo que unas palabras del propio Thich Nhat Hanh, que sigue estando entre nosotros y nosotras, ya que su esencia impregna nuestras sonrisas, miradas y corazones:
El medio ambiente no está fuera de nosotros, somos el medio ambiente. Lo que necesitamos es una transformación de nuestra conciencia, nuestras ideas de felicidad y nuestro estilo de vida
Mar Asunción, Bióloga, responsable del Programa de Clima y Energía de la organización ecologista WWF, ha dedicado su carrera profesional a facilitar la toma de decisiones y la acción climática por parte individuos, colectivos, gobiernos y empresas. Forma parte de Alianza por el Clima, que agrupa a las principales organizaciones sociales de ámbito nacional que trabajan para hacer frente a la emergencia climática. Es miembro de la Sangha del Agradecer de Madrid.