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Los discípulos de mis maestros también son mis maestros

 

Como tú.

Sin ir más lejos.

Y me mirarás extrañado. Tanto, como cuando Thay nos recuerda que el verdadero maestro está en nosotros mismos. Mirarás con cierta desesperanza de no saber por dónde empezar, dónde mirar, dónde ir a beber o dónde apoyarte.

Un día fuiste capaz de abrir tu corazón y dejar salir tu sufrimiento en forma de palabras, para ser compartido en el círculo del Dharma. Esa fue tu primera enseñanza. Esa tal vez, fue mi primera inspiración. Dejaste claro que es posible, porque no fueron las bonitas palabras del orador las que lo permitieron, sino tu valentía, tu apertura y la confianza en ti misma.

Otro día hiciste tu pregunta con todo su sentimiento. Esta no tenía retórica ni base científica que la elevara a la excelencia. Fue simplemente la expresión de tu lío, de tu apego o de tu malestar. Qué claro me quedó, aún habiendo olvidado la respuesta que nos brindó el maestro, qué claro me quedó saber que siempre hay una salida para ventilar el sentimiento que llevamos dentro.

O aquella ocasión en la que me abrazaste y tan siquiera sabías mi nombre. Pero yo sentí tu reconocimiento, tu presencia y tu respiración. Qué bonita enseñanza fue aquella en la que sentí la incondicionalidad del que todo lo abraza con amor.

Hablé durante mucho rato y no recibí de ti  juicio alguno, ni tan siquiera tuve que pagar con el equivalente del tiempo disfrutado. No hubo consejo, ni reproche, ni tan siquiera invitación de cierre. Ese día aprendí de ti que la escucha profunda es una buena  sanadora del alma. Algo que había oído decir pero que obviamente sólo puede ser aprendido con la práctica.

Tú, que compartes mi maestro, aunque no ostentes ningún título, puedes seguir enseñándome cuantas debilidades y torpezas haya en ti, para que yo también pueda aprender a reconocer las mías. Aparecerás por la puerta de atrás para no herir mi ego y aunque con ello no ahorraremos nada, siempre me resultará más fácil rendirme a la honestidad y a tu sencillez.

Aprendemos de maestras, de maestros, de hermanas y hermanos mayores y de todo tipo de menores, aprendemos de nuestra propia experiencia y observación, aprendemos incluso de las plantas, animales y minerales, siempre que somos capaces de mirar con los ojos limpios.

Gracias por estar ahí.

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