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Consciente de mi cuerpo, inspiro. Sonriendo a mi cuerpo, espiro.

 

CONSCIENTE DE MI CUERPO, INSPIRO

SONRIENDO A MI CUERPO, ESPIRO.

Siento que soy capaz de escuchar a mi cuerpo, de la misma manera que puedo escuchar al bebé cuando llora, sufre o necesita mi ayuda.

Mi sensibilidad está ahí. No anda lejos.

Pero el exceso de confianza con nuestro cuerpo se vuelve contra nosotros con demasiada frecuencia.

El pozo de nuestras emociones almacenadas de mala manera en las profundidades de nuestro interior sufre en silencio.

Cuando nuestro cuerpo o nuestras emociones hablan, lloran o sufren,  reclaman nuestra atención, piden la presencia de esa sensibilidad tan solicitada y buscan un poco de conciencia, de compasión.

Para nutrirnos correctamente hay que practicar la escucha profunda. El ronroneo de nuestras tripas, las palpitaciones sexuales, los vacíos abismales, el dolor profundo, la atracción fatal, el miedo, los temores o tantos otros indicadores claman por ser escuchados como se merecen.

No fuéramos a confundirnos.

Siempre es mucho mejor llamarle a cada uno por su verdadero nombre.

Thay nos sugiere que, cuando vayamos a comer un helado, lo miremos profundamente para notar su temperatura, inspiremos profundamente para reconocer  su sabor, oliéndolo con intención reconozcamos su textura, escuchándolo con atención disfrutemos sus colores y tocándolo amorosamente podamos recoger los primeros chorreones del deshielo. Comer un helado puede ser un momento de meditación profunda, una experiencia única que no hay que confundir con emociones provocadoras que puedan alterar  tan bonita y placentera experiencia.

Comer un helado es comer un helado y siempre sienta bien (proverbio vietnamita).

Comer emociones es cometer un acto de inconsciencia y casi siempre sienta mal (proverbio de la plena conciencia).

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