Querido Yayo:
Ha pasado mucho tiempo desde que te fuiste y siento la necesidad de escribirte una carta para agradecerte la influencia que has tenido en mí con tu forma de pensar y actuar. Siempre te consideraré uno de mis maestros.
Siempre has sido una persona muy espiritual y social, ibas a misa a diario y practicabas una generosidad digna de mencionar. Además, tenías una fuerte energía creativa con la música, la pintura, y la fotografía. Contabas con una gran fuerza de voluntad, a veces rayando la terquedad que, por cierto, parte lo tengo yo guardadito. Quizás para tu época, principios de siglo, lo más sorprendente de ti, al menos para mí, era tu amor hacia los seres vivos, ya fueran plantas, animales o seres humanos. Esto seguramente fue lo que a mí me transmitiste con más fuerza, especialmente tu amor hacia los animales.
Cuando comíamos juntos, afortunadamente en muchísimas ocasiones, recuerdo que nos contabas a los hermanos y hermanas, una y otra vez, el porqué te alimentabas solo con productos de origen vegetal, además de lácteos y huevos. Hablabas de los animales, con muchísima dulzura, de su indefensión, de su bondad, que sepas que te escuchaba y te escucho después de los años, todavía fascinado y agradecido.
Recuerdo a Meme, con su fuerte carácter, debido a la preocupación que tenía con tu alimentación, de la que pensaba que era muy deficiente, diciéndote con su precioso acento francés y dificultades para pronunciar la “R” “Fergnando …estas toontoo… tienes que comer carne”. Te quería mucho, por cierto te echaba en el arroz con verduras sin que tú lo supieras: una pastilla de caldo animal. Tú le respondías, miles de veces, para tranquilizarla siempre lo mismo: “los herbívoros son los animales más grandes, más fuertes y longevos que hay en el mundo, como por ejemplo el elefante”.
. También me acuerdo cuando comíamos cómo razonabas tu decisión de ser vegetariano: ”¿Cómo me voy a comer un corderito? ¿Qué me ha hecho para que me lo coma?”
En aquellos años, para ser vegetariano no te apoyabas en razones del tipo de producción industrial de seres sintientes, ni de salud humana, ni en razones medioambientales, ni en el hambre en el mundo, ya que fundamentalmente no se sabían, sino solo en tu sensibilidad hacia toda forma de vida animal. Me fascinaba escucharte, está claro que sin darme cuenta me estabas regando la semilla de la compasión. Sin duda, el amor que me transmitiste hacia los animales, plantas y minerales fue la razón por la cual hice de este tema mi profesión, veterinaria. Te considero uno de mis grandes maestros, quizás el primero en enseñarme el camino. Todas estas conversaciones, contigo, han sido determinantes para que se hayan dado las circunstancias para que pueda ver con mayor claridad lo que actualmente representa la producción industrial de productos animales. El sufrimiento y tortura al que se somete a estos seres, haciéndose aún más largo en los animales destinados a la elaboración láctea (cuatro años) o de huevos (dos años). Has hecho posible que comprenda su sufrimiento, que surja en mí la compasión hacia ellos y me has mostrado que haciendo lo que tú hacías allá por los años 40 seremos capaces de que la industria cárnica “fabrique” menos tan solo reduciendo nuestro consumo. Eso lo dijo mi maestro espiritual Thay, ya en 2007, en la “Blue Cliff Monastery Letter”.
Qué pena que te fueses sin conocerle, Seguro que, aun manteniendo obviamente tus raíces espirituales, habrías sentido gran afinidad con él. Lo que habríamos disfrutado hablando de sus prácticas.
Yayo gracias por tus enseñanzas, y me postro ante ti.
Tu nieto, que te quiere
Carlos Murube
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