Querida amada comunidad, me hace muy feliz poder estar con ustedes hoy. Estoy deseando poder reunirnos de nuevo en un mismo lugar, espero que ese día llegue pronto, quizá ya no tarde mucho. En Plum Village muchas veces oímos: Sé bello, sé tú mismo. Hay muchas caligrafías con esta frase, y mucha gente la lleva en camisetas. Ser bello, ser tú mismo significa ser totalmente auténtico, poner todo lo que eres. Esa esa para mí la esencia de la práctica. Pero a veces me parece un reto para la comunidad arcoíris, dado que ser bello, ser tú, para muchos miembros de la comunidad hasta ahora, no ha tenido resultado positivo a menudo. Si ahora no te sientes LGTBQIA, imagina que vives en un mundo en que, según el país donde vivas, entre el 9% y el 86% de la gente piensa que tienes derecho a existir. Eso significa que, incluso en las mejores condiciones, en los países más progresistas, alguien que se identifique como LGTBQIA puede compartir un espacio con 10 personas y 1 de esas 10 piensa que esa persona no tiene derecho a existir. Imagina el impacto que saber eso puede tener sobre esa persona. Imagina el impacto que tendría en ti. Imagina el efecto que tiene sobre los miembros de la comunidad que viven en lugares y países donde de esas 10 personas de esa habitación solo 1 cree que tienes derecho a existir.
No llevar esa carga en tu cuerpo y conciencia es un privilegio. Ser bello, ser tú mismo, suena bien. Pero la comunidad arcoíris, queer, sabe muy bien que ser bello, ser tú mismo en toda circunstancia puede tener consecuencias reales y a veces peligrosas. Actualmente ser bello, ser tú mismo es un privilegio que no se concede fácilmente a quienes se identifican como LGTBQIA. Ese es un privilegio ganado a pulso. El trabajo interior y exterior es continuo. En esencia, los miembros de la comunidad arcoíris, queer, reclaman el derecho a definirse a sí mismos una y otra vez, a seguir explorando el significado de esas etiquetas. Para mí, esa es la esencia misma, un aspecto esencial de la invitación de Buda, de su camino. La invitación a descubrir lo que es real, a descubrir nuestro yo verdadero, tal como somos, en todo momento. A descubrir cuál es nuestro verdadero yo, bajo las palabras e ideas, bajo las etiquetas y nociones. Ese lugar secreto y vulnerable. Esa es la esencia de la práctica de la meditación. Desarrollar la capacidad de ser realmente nosotros mismos en todo momento. No sé tú, pero hay veces que mi corazón se cansa, hay veces que pienso que sería más fácil rendirse. En esos momentos difíciles, pensar en la comunidad arco iris, pensar en cada uno de ustedes, dispuestos a seguir cuestionando, a luchar por su verdad, es lo que me empuja y me hace seguir adelante, que me hace asumir mi responsabilidad y me da valor para hacer mi trabajo. ¿Ves el regalo que eres? ¿Ves tu bravura?
Hablando de bravura, hay una gran historia de bravura en el canon pali. La historia de una monja, Soma, a quien se le acerca la personificación del engaño, Mara. Mara, el engaño, intenta definirla y encasillarla. Le dice: «Tú eres esto y lo otro. Eres esto, eres aquello». Soma responde: «Quien esté atrapado en la idea de que es una mujer o un hombre, o de que es cualquier cosa, es a esa persona a quien tú, espejismo, debes dirigirte». El engaño, Mara, triste y abatido al ver que la monja Soma lo había reconocido, desapareció al instante. Los demás nos dicen sin cesar que somos esto y lo otro. Y a veces no son cosas bonitas. A veces quisimos gritar desde lo más hondo del silencio que tuvimos que guardar. Muchos han interiorizado ese mensaje, han interiorizado esa vergüenza. Los miembros de la comunidad han sido y siguen siendo víctimas de la violencia. Pero creo que la violencia más sutil y más difícil de transformar es la que nos hacemos a nosotros mismos al interiorizar esos mensajes externos.
Hay una tendencia a huir del dolor y a ir hacia la felicidad. Según la visión budista, el dolor no tiene nada de malo. Forma parte de las cosas. Nuestro dolor, nuestro sufrimiento, si sabemos manejarlo bien, puede ser un noble mensajero que nos está invitando. Nuestro sufrimiento, nuestro dolor, si lo contemplamos bastante, se convierte en esa sabiduría que podemos aportar al mundo. Un maestro adopta muchas formas, no solo la humana. Un maestro es aquello que nos abre el corazón un poco más. Si encuentras a un maestro que responde a todas tus nociones preconcebidas, no es un verdadero maestro en absoluto, porque no habrás aprendido nada. No habremos ampliado nuestros límites ni nuestra visión. Simplemente habremos confirmado todas nuestras nociones. El maestro que a menudo hemos esperado está ahí, dentro de nosotros. Se dice que Buda, después de experimentar el despertar, dijo algo curioso. Sus primeras palabras, según se dice, fueron: «Qué extraño, todo ser vivo tiene esta capacidad de despertar». Me pregunto cuántos hemos reflexionado sobre estas palabras de Buda: «Qué extraño, todo el mundo tiene una naturaleza de buda», y hemos comprendido que Buda estaba hablando de ti. Buda no estaba hablando de otros, que quizá un día seremos bastante buenos como para tener una naturaleza búdica, Buda estaba hablando de ti. ¿Qué hace falta para que lo reconozcas ante ti mismo? Elegir amarnos a nosotros mismos tal y como somos es un acto radical. Hemos crecido con la idea de que somos pecadores, malos, equivocados, etc. Y aquí es donde la enseñanza de Buda, para mí, es muy radical, porque Buda siempre nos recuerda que la práctica consiste en descubrir lo que ha estado ahí, todo el tiempo, en lo más profundo de nuestro ser. Y lo que hay en lo más hondo de ti es hermoso.
Cuando pensaba en qué quería decir hoy, no dejaba de pensar en las dos cus (QQ) del acrónimo LGTBQQIA. En el budismo hay la metáfora de un arroyo embravecido, más bien un torrente. Al pensar en ese torrente, recuerdo que hace años, cuando los hermanos hicieron su primera excursión en canoa, íbamos en canoa por el río y el hermano que iba conmigo me dijo: «Hermano Phap Hai, acuéstate y descansa. Yo remaré un rato». Me tumbé y me eché una siesta. De repente, al de un rato, nuestra canoa quedó atrapada en unos rápidos. Salí despedido de la barca. Perdí la noción de la dirección de la corriente. Empecé a agitarme sin rumbo, desorientado. Tras luchar un rato, entendí que debía hacer lo que menos quería hacer: dejar de luchar contra mí mismo, intentar relajarme en pleno remolino y dejar que la corriente siguiera su curso. Así sabría lo que tenía que hacer. Y eso es lo que hice. Dejé que mi cuerpo se relajara y en pocos segundos salí a la superficie. Dejar que nuestro cuerpo se relaje en pleno remolino exterior o interior, es lo último que nos apetece hacer. Pero esto no es lo mismo que rendirse. Es una opción para comprender, ganar claridad y poder tomar un respiro. Para muchos la mera posibilidad de poder tomar un respiro, de descansar un momento, puede parecer un lujo increíble, cuando la vorágine, el torrente de la homofobia, del odio a uno mismo, de la vergüenza, de las continuas microagresiones está presente en todas partes. O cuando oímos esa palabra dirigida con demasiada frecuencia a la comunidad arcoíris: aceptación. Yo te acepto. ¿Cuándo llegará el momento en que no se dé esa aceptación reticente de la comunidad, sino que se celebre? ¿Cuándo, como yo en la historia que acabo de compartir, podrá la comunidad queer romper la superficie de las aguas embravecidas y tomar un respiro?
Como muchos están cansados y han interiorizado este dolor, muchos en la comunidad, especialmente los jóvenes, piensan que el mundo sería un lugar mejor si ellos no estuvieran en él. En lugar de ser una rendición o una aceptación pasiva, dejar que el cuerpo se hunda en medio del furioso torrente interior y exterior es renunciar a luchar contra nosotros mismos, o a interiorizar los mensajes que recibimos de los demás, y reconocer nuestra capacidad de dar una patada y nadar hacia adelante en la dirección a la que nos lleva la visión profunda que todos tenemos. Este es un acto radical. Es un acto radical de autoamor, de autocuidado, de decirse a uno mismo: «Te quiero. Estoy aquí para ti. Puedo hacerlo. Puedo dar otro paso». En el budismo hablamos de un torrente furioso interior y circundante que fluye en una dirección. Y nuestra labor como practicantes es nadar contra esa corriente. Esto refleja la experiencia y el camino de la comunidad queer, arcoíris. Se invita a la comunidad a nadar contra la corriente. De hecho, es una posición de poder. Es el regalo y la curación que aportamos al mundo, aunque, cien veces al día, los miembros de esta comunidad deseen cualquier otro camino, otro regalo. Casi siempre, emprender esta tarea es duro, doloroso, cruel y desgarrador. Los corazones y espíritus rotos pueden derrumbarse, como les ha pasado a muchos en la comunidad arcoíris, o pueden rompernos a nosotros. A veces nos preguntamos, ¿por qué tenemos que hacer nosotros la mayor parte del trabajo de sanación? ¿Por qué no son los demás, los que se consideran la mayoría, los que hagan su parte del trabajo? Sanar es difícil. Podemos hacerlo como si fuera una guerra a golpes, pero solo conseguiremos cansarnos y no llegaremos muy lejos. O podemos ablandar el cuerpo y el corazón y seguir avanzando incansables.
Si tuviera que elegir una palabra para describir a la comunidad arcoíris, a la comunidad queer, sería incansable. La definición de incansable es seguir de forma decidida sin interrupción. Y ese es realmente el corazón de la práctica, ¿verdad? Ese es el corazón, la esencia misma de la comunidad LGBTQIA. Identificarse como queer significa no conformarse con lo que otros te dicen o, para el caso, con lo que te dices a ti mismo. No conformarse con una definición, sino explorar continuamente nuevos aspectos de uno mismo y de la vida. Y esa es la definición misma de coraje, la definición misma de incansable. Cada uno de ustedes es la definición misma de coraje. Cuando se te somete a una aceptación de mala gana siempre que te quedes callado. Cuando te deniegan un servicio. Cuando confunden tu sexo. Cuando te dicen que no eres normal, o que vas a ir al infierno. Cuando tu familia te repudia. Cuando pierdes el trabajo, o cuando eliges permanecer en silencio porque es más fácil no hacerse notar. Interiorizas ese odio odiándote a ti, sintiendo vergüenza de ti y odiando y avergonzando a ese yo visto por el otro. Y eso no está bien. La maravillosa Audre Lord dijo: «Mis silencios no me han protegido. Tu silencio no te protegerá». Como individuos y como comunidad, se silencia a la comunidad arcoíris de muchas maneras. Y sin embargo, ese silencio es recompensado por una especie de aceptación a mala gana. Pero este silencio para mí es una de las cosas más violentas, y es una de las razones por las que la comunidad no puede respirar a menudo. Hay muchos silencios que romper en nuestras palabras, en nuestros actos y, sobre todo, en nuestros pensamientos. Muchos elegimos siempre permanecer en silencio y no participar en actos de autorrevelación, porque sabes muy bien qué pasa y ha pasado una y otra vez cuando hablas, cuando revelas quién eres realmente, ya sea a través de las palabras, la forma de caminar, la música que te gusta. Un sinfín de cosas. Y así, con el tiempo, acabas sintiéndote como yo, cuando estaba atrapado bajo el agua con una necesidad desesperada de aire. Una sola bocanada de aire.
Déjenme decir algo. Ante todo, la persona con la que cada uno necesita comunicarse es con nosotros mismos. El silenciamiento más profundo que podemos experimentar es esa alienación interiorizada de nosotros mismos. Esa lucha por no solo abrazar, sino celebrar la totalidad de nuestro ser, tal y como somos, a pesar de todo. He recordado una reciente conversación con una de mis maestras. Me dijo que no buscamos ningún trato especial, nada extraordinario. Solo queremos seguir con nuestra vida cotidiana sin tener que mirar por encima del hombro, física o metafóricamente. Esto es ser incansable. No me rendiré, no me traicionaré con pequeñas comodidades confundiéndolas con una seguridad verdadera.
He hablado de ser queer. Y ser queer es una de las Q del acrónimo LGTBQQIA+. La otra Q es cuestionar. Cuestionar. La voluntad de cuestionar todas nuestras suposiciones y creencias y las formas en que hacemos las cosas y las cosas que apreciamos es fundamental para la vida espiritual, y es fundamental, creo, en el ser queer. Estar en un punto de no dar nada por sentado, de estar dispuestos a embarcarnos y permanecer durante toda la vida en un viaje de descubrimiento de lo que es este mundo, de lo que somos y de cuál es nuestra situación real. Significa no huir una y otra vez. Sin embargo, para la mayoría en la comunidad arcoíris, este camino de descubrimiento comenzó con el descubrimiento repentino o gradual de lo que me gusta llamar una verdad incómoda, una verdad incómoda sobre ti mismo, sobre lo que realmente sientes. Incómoda porque quizá vaya contracorriente. Pero la voluntad de aceptar lo que está ahí, sea lo que sea, es el fundamento de la práctica de la meditación y la base de cualquier vida espiritual plena. Una vida espiritual real es una práctica continua de exploración de quiénes somos realmente, y de ser realmente auténticos ante ese descubrimiento. Y no es fácil. La práctica de la meditación da muchos frutos, pero uno de los más importantes es que, a medida que maduramos esa capacidad de aceptar una respiración, un paso, una emoción, a otra persona, el mundo y esa experiencia siempre cambiante que llamamos nosotros mismos, aprendemos a no tener ya miedo
En el Sutra de las ocho realizaciones de los grandes seres hay esta frase: trabar amistad con todas las cosas. Nos hacemos amigos de todo, incluso de lo que podría avergonzarnos. Y esa es la práctica en este caso. Los textos hablan de dos formas de lidiar con el miedo y las situaciones difíciles. La primera es la práctica de cambiar la clavija, la espiga. Si algo es muy difícil de manejar, hacemos algo que nos resulte nutritivo y sanador. Pero para que esto tenga sentido, debe ser solo un primer paso. No puede ser el último lugar de destino. Si no, se convierte en una práctica de evasión, de baipás espiritual. Seamos sinceros. Mucha gente tiene el equivalente a un máster en evasión. De hecho, muchos llamarían espiritualidad, o trascendencia, o superación, a esta continua huida de lo que hay. Esta primera práctica de cambiar la clavija es una práctica para tener recursos para el segundo aspecto de la práctica. El segundo aspecto es volverse hacia ese demonio, eso que nos da miedo. El demonio exterior o el demonio interior. Y luego hacerse amigo suyo, comprender que es tu mejor maestro, que ha venido a ti bajo una forma inesperada. Y que si somos sólidos, si tenemos claridad, esta situación esconde una gran sabiduría. Debido a situaciones que ha vivido todo miembro de la comunidad arcoíris, que la comunidad sigue viviendo, es muy difícil mostrarse vulnerable ante uno mismo y ante los demás. Hemos creado por necesidad complejos mecanismos de defensa para sobrevivir. Como practicantes de meditación, la práctica consiste en estar presentes y sentir nuestro corazón, sentir lo que sentimos, estar presentes, encarnados y habitar nuestra experiencia. Una vez que podemos hacerlo para nosotros, podemos de hacerlo para los demás. Nuestro camino comienza con una verdad incómoda. Una verdad incómoda, sin duda, pero que si la manejamos bien, si la vemos como una invitación radical, es la sabiduría que aportamos al mundo, la sanación que aportamos al mundo. Y lo cierto es que si somos un practicante hábil, descubriremos siempre verdades incómodas sobre nosotros mismos o sobre el mundo que nos rodea. Y eso es para mí la práctica espiritual. O lo que es lo mismo, lo que es el hecho de ser queer. Estar dispuestos a aceptar lo que hay, sea lo que sea, para lo que es real y verdadero, y luego no conformarse, no pensar que hemos llegado a la dimensión última, sino seguir adelante.
Aquí, en Australia, donde estoy ahora, en esta antigua tierra, en este lugar donde han vivido aborígenes desde hace, quizá, 60 y 80.000 años, hay un gran énfasis en los ancestros, en las raíces, los ancestros de la tierra. Aquí hay la sensación de que la tierra no nos pertenece, sino que nosotros pertenecemos a la tierra, a nuestros ancestros espirituales y también a nuestros ancestros de sangre. Hace años, en un retiro para gente de color y la comunidad LGTBQQIA en California, un joven amigo queer hizo una pregunta que muchos nos hacemos: «¿Cómo puedo honrar a mis ancestros en mí cuando mis ancestros me habrían odiado y probablemente me querrían muerto?». Hubo unos momentos de silencio conmovedor, y en medio de ese silencio se oyó una voz: «Entonces toma los míos, toma mis ancestros». Ese es el poder de la comunidad. Es el poder de ser abrazados, de poder alejarnos un poco, poder conectar con los demás por nuestra común herida, nuestro sueño colectivo. Comprender que mi historia no es solo mía, sino que forma parte de lo colectivo, que es continuación de la historia de mis ancestros, de la historia de esta tierra, es importante y esencial. Así que el trabajo de reconciliación de todos los aparentes opuestos, poder honrar todas las partes de nosotros, ancestrales y de otro tipo, esa es nuestra labor. Nos hemos esforzado mucho y nos han condicionado muy bien para ver las diferencias como debilidad, pero yo ya no lo veo así. Ser capaces de distanciarnos y sacar poder de todas nuestras interrelaciones individuales y colectivas es nuestra mayor fuente de poder. Un proceso de arqueología espiritual. Así que «toma mis ancestros» es una práctica que cada uno necesita hacer en su vida diaria y en su vida espiritual. Y creo firmemente que debe ser práctica diaria para la comunidad queer, para la comunidad arcoíris, como individuos y como colectivo. ¿Quiénes son tus ancestros? ¿Cuáles son sus historias? ¿Cómo vives esas historias en tu cuerpo y en tu vida? ¿Cuáles eran sus fuentes de poder? ¿Cómo se manifiestan esas fuentes de poder en tu vida? ¿Quiénes son tus ancestros colectivos queer? Di sus nombres. ¿Cómo se conectan sus historias con la tuya? ¿Y cómo continúas tú su historia? ¿Puedes hacer que sean una fuente de poder y de fuerza para ti?
Como practicantes y como personas identificadas como queer, la comunidad arco iris es también gente que cuestiona. Esta es la otra Q del acrónimo. Queremos seguir explorando y no caer en una falsa sensación de complacencia. Esto es ser dueño de tu camino, que es un elemento de madurez espiritual. ¿Cuál es el límite de tu práctica? ¿Qué enseñanza necesitas escuchar que te ayudará a desbloquear tu situación? Seguro que, como ya dije, muchos están cansados. A veces solo necesitamos respirar, pero descansar, dejarse abrazar es muy diferente a ser complaciente. Una vez un joven amigo dejó de venir al monasterio por un tiempo, y cuando empezó a venir de nuevo le pregunté dónde había estado. Me dijo algo que me parece muy importante. Me dijo: «¿Sabes, hermano Phap Hai? Ví que cuando venía de retiro al monasterio me sentía feliz, disfrutaba cada minuto. Luego volvía a casa y esa energía desaparecía. Y tenía que empezar de nuevo. Comprendí que me comportaba como un adicto. Me estaba convirtiendo en un yonqui de la felicidad. Debía ser capaz de ser realista y no venir a un retiro con el espíritu de un yonqui, sino venir a los retiros de un modo muy conectado con mi vida cotidiana». Déjame preguntarte: ¿cuáles fueron las causas y condiciones que te trajeron a sentarte ahí hoy? ¿Por qué practicas? ¿Qué te trajo a la meditación? No hace cinco, diez o veinte años, sino ahora mismo. ¿Qué es lo que buscas en este momento? Al hacerte esa pregunta, ¿qué respuesta surge? ¿Paz, liberación, felicidad? Ahí es donde solemos parar. Pero me gustaría pedirte que profundices un poco más, y que, sea cual sea la palabra que surja, te preguntes qué significa, cuál es tu experiencia encarnada de esto. ¿Cómo experimentas la paz? ¿Cómo experimentas la felicidad? ¿Cómo experimentas la liberación aquí y ahora? Si eres puedes entrar en contacto con cómo experimentas estas cosas en tu cuerpo, entonces es posible tocar y manifestar estas cualidades aquí y ahora.
Tener una pregunta y, además, ser inquisitivo es esencial en el budismo. En una famosa enseñanza a los kalamas, Buda nos invitó a no aceptar nada porque alguien nos diga que es así, sino a cuestionarlo todo hasta encontrar la verdad desde el corazón de nuestra propia experiencia. Esta es, en mi opinión, la esencia de lo queer. Y sabemos muy bien que hay preguntas que no tienen respuestas fáciles, pero eso, más que un obstáculo o un problema, es una invitación. En el zen llamamos a este tipo de preguntas un koan, una pregunta sin respuesta lógica, pero que puede abrirnos el corazón y abrirnos la mente por completo. Muchos buscamos respuestas fáciles, frases bonitas. Pero para mí, la comunidad arcoíris, la comunidad queer se opone a eso. Estar dispuesto a no conformarse, a ir un poco más allá, estar dispuesto a no saber. Que no saber sea una fuente de fuerza y de invitación en lugar de un obstáculo. En el budismo, planteamos nuestras preguntas o nuestras exploraciones con mucho cuidado desde la perspectiva del cómo, en lugar del por qué. Cuando replanteamos una pregunta desde la visión de cómo ocurrió algo en lugar de quedarnos en el por qué, eso nos fortalece. Porque presupone que podemos entender cómo se ha producido algo, y luego, que podemos hacer algo al respecto.
Me gustaría terminar mi charla con una invitación radical de Buda. En una famosa enseñanza, El símil de la sierra, del Majjhima Nikāya, los dichos de longitud media, Buda nos invitó a ver a las personas difíciles, las situaciones complicadas de nuestra vida o de nuestro corazón, no como obstáculos, sino como la lente misma por la que generar amor y sanación. Así, en lugar de amar a todo el mundo y luego incluir por defecto a esa persona o situación que nos resulta difícil, cambiamos nuestro enfoque para irradiar amor a través de esa persona o situación que nos resulta difícil hacia todo el mundo. Esa persona o situación que nos resulta difícil, que nos causa malestar, de la que nos avergonzamos, a la que no queremos mirar, es la lente misma a través de la que se nos invita a cultivar algo real, algo verdadero. Amar es no ser pasivo. Es no quedarse callado. Amar a los demás, este mundo, a nosotros mismos tal y como somos es un acto valiente y radical. Amar es invitar. Y ser invitado no solo una vez, sino una y otra vez. Amar es permitirnos caminar hacia las llamas y no tener miedo.