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Un “Buda Viviente” (por Agustín Pániker)

Agustín Pániker

Justo finalizo estos días la lectura de la “última” joya de Thich Nhat Hanh, Fragantes hojas de palmera. Entrecomillo lo de “última” porque se trata de sus diarios de notas de 1962 a 1966, a caballo entre Vietnam y Estados Unidos; un tiempo en que su país estaba muy convulso (y acabaría por exiliarlo) y en Occidente arrancaba un inusitado interés por el budismo y las espiritualidades orientales. A diferencia de otros textos de Thây que he saboreado o publicado (y son varias decenas), este destila un aroma más personal. Me ha conmovido profundamente. Emana ya su característica sencillez, claridad y dulzura. Ahí descubrimos de forma íntima al maestro “socialmente comprometido”, que justo entonces empezaba a despertar la admiración de Martin Luther King, Thomas Merton, los académicos de Princeton o –la que fue– su propia universidad en Saigón. Reencuentro también al hombre de sensibilidad exquisita, maravillado con los árboles, los cielos despejados, los ecos de la poesía clásica vietnamita o las enseñanzas de hondos sutras. 

Lo primero que concluyo al adentrarme en estas anotaciones personales de cuando Thây aún estaba en la trentena es su desbordante honestidad y la coherencia de su trayectoria espiritual. Pocas figuras –budistas o de cualquier filiación– (y conozco a centenares) me despiertan tanta admiración como este maestro Thien (Zen). Él encarna aquella máxima, tan oriental por cierto (compartida con Gandhi, sin ir más lejos), de que la transformación del mundo no es posible sin operar primero una transformación interior, un cambio de perspectiva, consciencia, ubicación en el mundo y relación con los demás. Él es –seguramente junto a su santidad el xiv Dalai Lama– lo más semejante que existe a la figura del bodhisattva: el “despierto” que se entrega de forma altruista, compasiva y desinteresada a liberar a los demás del sufrimiento y la ignorancia. O, como reza uno de los primeros títulos con los que me impliqué como editor en la difusión de su enseñanza, él es lo más parecido al Buda viviente, Cristo viviente que tantas miradas y corazones logró abrir. 

Thây representa el ejemplo a emular, el faro o la “luz” –que el Buda alentaba en sus últimas palabras– en la que tomar refugio, pues él da vida, contorno y sentido a los valores de la compasión, el júbilo, el amor o la ecuanimidad. Estos son –como algunos habrán colegido–, los cuatro “insuperables”, las cuatro “moradas sublimes de Brahma”, motivo de tantas prácticas meditativas del budismo; el mejor antídoto para reconocer, desenmascarar y combatir el odio, la codicia, la avidez, la ofuscación o la violencia que campean y afligen nuestras sociedades. Las “moradas sublimes” que el Venerable irradia al mundo tienen que ver con nuestra forma de relacionarnos con el prójimo y permiten incorporar el sufrimiento de los demás a nuestro campo de acción y consciencia. Ahí radica la lucidez que Thich Nhat Hanh lleva décadas preconizando, ante todo, con su ejemplo vital, pero asimismo con su incansable capacidad para alentar instituciones –como la Comunidad del Interser, la Comunidad de Plum Village, la Iglesia Budista Unificada, las infinitas Sanghas locales, etcétera– que han sabido prolongar y expandir sus enseñanzas con fidelidad y plena consciencia. 

Así, mi gratitud para con este Buda viviente de nuestros tiempos refleja, en gran medida, el alcance de mi (nuestra) propia implicación en la senda de la sabiduría y la paz. 

paniker

Agustín Pániker es escritor, especializado en temáticas relacionadas con la India o la espiritualidad, y editor, director de Editorial Kairós, centrada en la difusión de las tradiciones de Oriente, la filosofía o la psicología profundas.

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