UN DON PARA NUESTRA GENERACIÓN
Javier Melloni
A cada generación se le concede el don de algún ser humano más luminoso, más libre, más compasivo, más plenamente humano para estar al servicio de sus hermanos. Sin duda, Thich Nhat Hanh es uno de estos seres. De su pequeña estatura y aparente fragilidad, agravada en los últimos años de su vida, emanaba una paz, una quietud, una luminosidad mansa e indescriptible cuya aura contagiaba a distancia.
Tuve la oportunidad y el privilegio de participar en el último retiro que Thay impartió en Plum Village en agosto de 2014 y de asistir a sus enseñanzas antes de que no pudiera ya hablar más en público. Dos cosas me llamaron la atención: la primera fue escuchar su voz pausada y delicada y, a la vez, vigorosa, vibrante y enérgica, afilada como la punta de una flecha que rasgaba toda resistencia; la segunda fue ver cómo, debilitado como estaba a causa de un severo constipado, bebió de una escudilla donde le sirvieron agua. Su modo de tomar aquel cuenco con las dos manos para sorber el líquido que iba a calmarle la sed era la expresión viviente de su actitud reverencial hacia todo, manifestada en ese gesto que había realizado tantas veces en su vida. Escucharlo hablar y verlo beber sintetizaba toda su enseñanza, el legado que ha dejado no solo a su sangha, sino a toda la humanidad.
Además de este impacto personal presencial, quisiera destacar los cuatro rasgos que parecen la esencia de su aportación a nuestro mundo.
SU PALABRA
Su hablar, así también como su escritura, era increíblemente cálida y tierna, y a la vez, lúcida y penetrante, como ya he dicho, capaz de transmitir con gran claridad y sencillez las sutiles enseñanzas sobre la vacuidad y la interdependencia de los seres. Su palabra vertida primero en el cuenco del Vietnam y después de occidente ha dado luz, vida y sentido a tantos sedientos de Vida. Esta sencillez, incluso aparente candidez, se había forjado en los campos de batalla de su país natal, cuando dejó el cobijo y de la armonía de su monasterio para dar respuesta a la locura de una guerra in-civil. Así surgió la corriente del budismo comprometido. Durante ese tiempo aparecieron también sus poemas y cantos más bellos, para contrapesar la violencia y la destrucción de su país.
La expulsión que comportó su compromiso equidistante con los dos bandos propició su estancia prolongada en occidente, y así se convirtió en un hermano universal, capaz comprender oriente y occidente, budismo y cristianismo, modernidad y tradición.
SU ANDAR
Su segunda aportación al mundo ha sido convertir el caminar en un acto sagrado. Ha insistido en que cada paso que demos sea un beso a la tierra, porque de este modo nos sanaremos y también sanaremos a la tierra. Desde que lo escuché, trato de andar así. Caminar se ha convertido para muchos en un acto sagrado gracias él y cuando hemos compartido marchas silenciosas, no solo en medio de la naturaleza sino en el corazón ruidoso y herido de nuestras ciudades, las calles se han transfigurado y algo milagroso ha sucedido en sus habitantes, haciéndonos más amables, más atentos, más solícitos unos de otros.
SU CANTO
No puedo dejar de evocar el impacto que me produjo la primera vez que escuché el canto de Namo Alokiteshawara. Fue en Barcelona, cuando más de sesenta monjes de Plum Village vinieron en mayo del 2014. Lo cantaron primero en el auditorio del Foro 2004 y pocos días después lo volvieron a cantar en un parque público. Gente que no sabía de qué se trataba se acercaba conmovida, atraída por esa misteriosa melodía sanadora. En ese canto -como en su modo de beber del cuenco, en su caminar y en tono de su voz- está contenida la esencia del budismo: compasión y sabiduría. Cada vez que se canta este mantra se abre esa Tierra Pura que espera a manifestarse a través de seres que se han hecho puros como ella y como él.
SU ATENCIÓN REVERENCIAL HACIA TODOS LOS SERES
Todo ello confluye en lo que es la clave de sus enseñanzas y que es el corazón del budismo: la atención a cada acto, a cada ser, a cada situación, la cual tiene la capacidad de diafanizar la realidad. Thich Nhat Hanh ha mostrado que la atención consciente (sati o mindfulness) es mucho más que una técnica: implica una actitud reverencial y un compromiso integral respecto de todos los seres en todos momentos de la vida.
Todo ello emanaba de su existencia. Tal ha sido la bendición de encontrarnos con un ser humano así de realizado, iluminado o despierto, cualquiera que sea el modo de referirse a quien ha alcanzado las posibilidades de su encarnación en un cuerpo humano y que nos sirve de estímulo para que las alcancemos nosotros también.
Hago un gesto de profunda inclinación ante él y ante la Sangha que es depositaria de su legado, con el deseo de que sea fiel custodiadora de sus enseñanzas.