Hay un lema entre los peregrinos, un “mantra” del camino, que dice que quien anda por la senda debe ir siempre “Ultreia” y “ Suseia” – más adelante y más arriba- en clara alusión al objetivo al que se dirige el peregrino bienintencionado que busca para sí una experiencia en el camino que le haga trascender de su realidad cotidiana, a veces menos fructuosa de lo que quisiera. Y ponemos en el camino una fe redentora que suponemos aliviará nuestros pesares y nos iluminará en los momentos oscuros. Y resulta que muchos de nosotros, en algún momento, nos hemos encontrado con esa magia.
En la mayoría de los casos, esa experiencia dichosa de ver más allá de nuestros ojos, más allá de las apariencias, se produce en la soledad: en cualquier andurrial, en un prado, en la cima de un monte…pero normalmente en compañía de nosotros mismos y del silencio.
No importa donde, pero la experiencia, contada por muchos, se da una y otra vez. Es como si algo se abriera dentro, como si comprendiéramos, sin haber comprendido del todo todavía, que los límites de la realidad no son tan estrechos como nos los habíamos imaginado. Hay, afortunadamente, una frontera menos entre uno mismo y lo que le rodea. Uno se abre a no se sabe qué, pero con la certeza de que esa apertura experimentada en el Camino es lo más digno y verdadero que nos ha pasado desde hacía mucho tiempo.
La Meditación Caminando es el intento por recuperar la experiencia del Camino y trasplantarla a la vida cotidiana. Sucede que a veces uno vuelve una y otra vez al Camino con la esperanza de revivir esa experiencia mágica que en el pasado un día se vivió.
Muchos piensan que sólo en el Camino hallarán lo que buscan, que sólo el espacio físico del ancestral Camino de Santiago es el lugar idóneo y propicio para reencontrarse con el silencio y con nosotros mismos, que fuera de él es, o muy difícil, o directamente imposible.
Si bien es cierto que hay lugares que pueden propiciar la experiencia del despertar, ¿No sería fabuloso que en nuestra vida cotidiana pudiéramos entrenarnos para aumentar la profundidad de nuestra nueva “visión” sin necesidad de depender de unas vacaciones o unas condiciones económicas que nos permitan colocarnos en el “espacio físico” del Camino de Santiago? ¿Por qué no traer a nuestras calles y parques el espíritu del Camino?
Por otro lado, no son pocos los experimentados peregrinos que dicen que mientras más se corre en el Camino, menos se entera uno de lo que se tiene que enterar. La prisa mata, como dicen nuestros hermanos saharauis, y además, “correr es de cobardes”, como le dijo aquel trianero a su amigo al verlo con unas prisas que le ahorraban incluso el tiempo de los saludos.
Quisiera compartir con vosotros el sentido de la Meditación Caminando. No es una práctica central de ninguna religión, pero es verdad que tiene un origen ancestral. Ya la practicaba seguramente el peripatético Aristóteles, que enseñaba en el Liceo caminando junto a sus discípulos. O también todas las órdenes itinerantes de la India, Asímismo tanto Buda como sus discípulos, cuando mendicaban el alimento por las aldeas, iban en largas filas portando su bol y en absoluto silencio. Las Órdenes mendicantes medievales también han aportado su granito de arena es esta experiencia ancestral, y si conocéis la oración del “peregrino ruso”, sabréis que se trata de una mística que se desarrollaba en los caminos de la Rusia y la Grecia ortodoxas y que bebe de las antiguas tradiciones precristianas pasadas por el tamiz del Monte Tabor y de la antigua patrística.
Esa intuición de que ya hemos llegado a Santiago que nos repiten los expertos peregrinos es la base de la meditación caminando. Caminamos por el gusto de caminar, no para llegar a ningún lado. De hecho, ya hemos llegado. Y esta es la esencia de la meditación. Ya estamos en casa. Hemos llegado al único lugar al que es posible ir: al aquí y al ahora.
Cada paso es un milagro si lo sabemos dar en paz y en plena conciencia, con todos nuestros sentidos implicados en cada paso, con la concentración plena en lo que hacemos, sin dejar que nuestra mente “vuele” de acá para allá perdida en sus propios pensamientos.
La técnica es muy sencilla. Uno debe mirar su propia respiración, observar la inspiración y concentrarse en ella y dar dos o tres pasos con esa inspiración, y contar luego los pasos que da en la espiración, que normalmente suele ser un poquito más larga. Todo ello sin forzar, sin imposición, soltando la tensión y los pensamientos. La respiración debe ser fluida, natural, así como el caminar. Uniremos mente y cuerpo a través de la respiración y de nuestros pasos conscientes, de que cada paso que damos contribuye a la paz del mundo porque es como un beso que damos a la tierra tan maltratada.
Uno, dos, tres…inspirando y plantando el pie en la hermosa tierra. Un, dos, tres, cuatro y espiramos mientras levantamos el pie retrasado para continuar con nuestra marcha. Es verdad que el paso se vuelve un poco más lento, y que al principio nos cuesta trabajo por la falta de costumbre, pero poco a poco se convierte en algo natural para nosotros.
El maestro zen Thich Nhat Hanh, que vive en Francia, es conocido en todo el mundo por esta forma de meditación. Él suele caminar de la mano de los niños y seguido por todos sus discípulos, como una piña, porque caminar en silencio y en grupo aumenta la energía de la concentración.
¿Y concentrarnos, para qué? Para saborear esa inexpresable experiencia que todos intuimos pero que sólo los más diligentes y atrevidos han experimentado, esa experiencia que me anima a atreverme a proponer un lema más para la mochila del buen peregrino. Al “ultreia” y al “suseia” de toda la vida, no estaría mal añadirle un “intreia” que conformara una tríada perfecta.
Más adelante, Más arriba, y por tanto…más adentro.
Buen camino interior, amigo. Y ya sabes, ya has llegado a Santiago, aunque tus pies nunca lleguen a pisar el Pórtico de la Gloria.
Goyo Hidalgo.
Miembro de la Orden del Interser del maestro zen Thich Nhat Hanh con el
nombre de: “Camino Verdadero de Gratitud”